Sherezade, la mítica protagonista de "Las mil y una noches", salvó su vida contando cuentos. Como se sabe, la bella joven formaba parte del harén de Shahriar, el sultán persa que -tras el engaño de su primera esposa-, decide yacer con una joven diferente cada noche para, al día siguiente, mandar a decapitarla. Sherezade era la esposa número 3.000; pero ella no estaba dispuesta a morir. La primera noche comenzó a narrarle al sultán una historia tan entretenida que terminó captando la atención del monarca durante mil y una noches. Finalmente, educado en la moral por esas historias sin fin, Shahriar decide casarse con Sherezade y hacerla su reina.
Desde entonces, el arte de contar cuentos ha fascinado al mundo. De hecho, la figura del cuentacuentos que narraba las aventuras épicas de la tribu a un auditorio sentado alrededor de la fogata, ha sido una constante en la historia de la humanidad. Hasta que la llegada de las nuevas tecnologías le dieron un protagonismo absoluto a las imágenes y la narración oral cayó en el olvido. Que lo diga sino la actriz y narradora Norma Aparicio, que hace más de 20 años inició una trabajosa cruzada para rescatar a este arte milenario de las márgenes de nuestra cotidianidad. Hace dos años creó la Fundación Narradores Solidarios, que tiene su sede en Yerba Buena y desde entonces realiza presentaciones en cárceles, hogares de ancianos, guarderías, escuelas y comedores. "La palabra es un recurso privilegiado en la comunicación y es nuestro deber mantenerla viva", comenta.
Un viaje iniciático
Las actividades de la fundación generaron, a su vez, la creación de la Escuela de Narradores, que busca entrenar a nuevos cuentacuentos "Es un espacio de capacitación en el campo creativo de la palabra", señala.
Este trabajo es, según Aparicio, una suerte de viaje iniciático. Sí, porque la palabra no sólo ha dejado de ser el motor de nuestra sociedad, sino que su ausencia es -en muchos casos- el germen de los flagelos que hoy desvelan a las autoridades. "Es realmente urgente promover el uso de la palabra, para que las personas puedan mejorar su manera de comunicarse con el otros. En nuestra escuela, por ejemplo, incentivamos a los alumnos para que cada uno pueda encontrar su propio conversador. Porque la idea no sólo es formar al narrador profesional, sino también al conversador cotidiano. De hecho, es en nuestro vivir diario donde podemos hacer un trabajo mucho más efectivo. Una madre que le cuenta historias a sus hijos, un abuelo que narra su pasado en un intento por recuperar el hilo de la memoria o una maestra que incentiva la lectura por medio de relatos amenos, están revalorizando la palabra", asegura.
En este sentido, las nuevas generaciones corren con cierta desventaja. "Nosotros tuvimos la oportunidad de disfrutar de la oralidad mucho más que los niños de hoy. Antes, cuando no había televisión, nuestros abuelos nos contaban la historia de nuestra familia después de la merienda o nos leían un libro antes de irnos a la cama. A veces, cuando no había fotos, teníamos la libertad de imaginarnos cómo era la ciudad cuando nuestros abuelos llegaron de Europa o de que manera se celebraba el carnaval cuando no había bombuchas ni espuma perfumada", agrega.
Memoria colectiva
Para la tribu primitiva, el cuentacuentos -o cuentero- era la encarnación misma de la memoria colectiva. Después aparecieron los juglares y trovadores que iban de pueblo en pueblo poniéndole palabras al misterio y la sonrisa. "Nosotros intentamos sostener esa honrosa tradición en un mundo que por momentos nos resulta hostil. Sin embargo, estamos seguros que la conversación y la narración oral son el camino natural hacia la lectura. Enseñar a imaginar es, en efecto, enseñar a relacionarse", declara Aparicio.
Y, como en otros aspectos de la vida, el ejemplo es la clave de todo. "En la medida que el adulto trabaje su propia oralidad y tome conciencia que cuando no conversamos con el niño lo estamos privando de uno de los factores indispensables para su vida, lograremos cambiar el rumbo de nuestra sociedad. El niño tiene que comer y tiene que ejercitar su cuerpo, pero también tiene que adiestrar su mente. Y ninguna de las alternativas que le podemos ofrecer es tan poderosa ni tan eficaz como la narración oral. Cuando enseñamos al niño a alimentarse y a caminar, estamos cumpliendo solamente con una parte de nuestra responsabilidad. El desarrollo de su intelecto dependerá en gran medida de que le conversemos y de que le contemos cosas", finalizó.